Recuerdo la primera vez que vi aquel libro. Mi hermano y yo éramos unos ávidos lectores, y uno de nuestros regalos fue aquel fino libro de pastas amarillas. No parecía nada del otro mundo: salía un chico con una escoba cogiendo algo parecido a un pelota, un enorme castillo, si mirabas fijamente un uniconio en el fondo, y la figura de un alto y
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